Aunque humano, hubiera querido ser agua, y estar siempre discurriendo de un cauce a otro hasta llegar al mar, evaporarme bajo el sol para convertirme en nube, jugar con el viento y caer en forma de gota de lluvia sobre la suave cara de una muchacha acariciando su mejilla.
Mi querencia al agua se incrementaba cuando en los veranos los niños nos acercábamos al cauce del riachuelo que discurre entre chopos altos y atrevidos que querían descubrir el misterio del cielo con su copa, y que fascinan con sus hojas verdes que abanican el aire creando agradable ambiente y sombra en verano, llegando el otoño la alquimia las convierte en color oro y cobre con lo que crean encantadores contrastes. Tenia un escondite tras los grandes sauces donde gastaba mis descansos vigilando las ranas y observando la ruta del agua, cuyo empuje utilizaba para enviar mensajes escritos en papel fijados con un alfiler a un corcho que depositaba en la superficie, a veces corría tras el “barco” y observaba desde el “puente” como las olas con caprichosos dibujos en su descender portaba mis mensajes, mientras que con mis ordenes al timón inexistente intentaba marcar el rumbo del transporte en su navegar sobre las olas.
Mis aventuras en el río acabaron de triste manera cuando en invierno patinando con otros niños en el lecho helado, la capa se resquebrajo y nos hundimos en la charca grande. Todos corrimos, yo lloraba: ¡madre…, que me he mojado, tengo mucho frío! Fue ella quien me prohibió ir al río pretextando que era peligroso. De esta me separaron de las aguas, impidiéndome la felicidad de contemplarlas, tocarlas, y zambullirme en la poza de las ranas, triste imposición que me desgarro el corazón porque ¡me había enamorado de aquel río! Obediente me sometí a mandato de madre, más nunca olvidé.
Mi amor al agua renació cuando subimos a la montaña entre riscos llenos de altivos pinos albares que con su resina purifican el aire, tomamos una senda cuajada de plantas olorosas “romero, morquera, jara y espliego”, hasta llegar a una cueva entre lirios perfumados y libélulas que se balancean en los juncos como alados jinetes de colores. Allí conocí el nacimiento del río Cuervo, al tener su agua entre mis labios, percibí el hechizo de su frescura, que se crea en el interior de las rocas donde se oculta un depósito gigantesco que la naturaleza ayudada por filtros ocultos consigue su pureza, la lluvia y las nieves renuevan el ciclo y su belleza. Cuando introduje mis manos en su fuente, me envolvió un frescor y bienestar transcendental, contemple su hermosura y me despedí arrojando un beso y susurre un “Te quiero”. La fuente, recatada me respondió con un gorgoteo de su caño grueso que me estremeció fortaleciendo mi espíritu.
Pili, tenia catorce años, dos menos que yo, era alta delgada flacucha con pecas cerca de la nariz, con coleta sujeta por un lazo rojo, muy aficionada a los deportes, que aspiraba a participar en el equipo de gimnasia rítmica, ella me llamaba Popeye por mi fea nariz. Fuimos amigos infantiles, nos contábamos historias, yo le hablaba de etnias y aventuras, ella narraba historias de ninfas, sirenas, lamías y hadas buenas que hacían sortilegios para destruir injusticias y de cómo eran capaces de construir un puente o palacio en una noche. Fue entonces cuando empecé a sospechar que elle era también una de ellas.
Nos enamoramos y en infantil ceremonia inventada de unión, nos declaramos matrimonio. Fueron unos meses de mutua felicidad en un lugar solitario de encuentros, hasta que alguien observó nuestras entradas y salidas, supuso con mentalidad malsana e informo a la madre de la chica, la mujer reacciono diciendo que éramos muy jóvenes y que de mayores decidiríamos sobre nosotros, entretanto no se oponía a que fuéramos solo amigos. Era una decisión que auguraba un bello proceso de felicidad basado en un amor presente de sincero querer y la esperanza de un para siempre que empezaba mañana.
Eran épocas de estudios, nos encontrábamos en lugares y momentos acordados con solo unos minutos de charla, donde ratificamos nuestro cariño y el intercambio de nuestras últimas poesías. Cuando Pili tenia 18 años, la naturaleza convirtió su cuerpo de crisálida en mariposa, se había estilizado, talle esculpido, piel oscura, sus ojos se habían transformado en un lago verde con brillos de esmeralda defendidos por los juncos de sus pestañas, su cabello oro descendía en guirnaldas revoltosas con las que jugueteaba entre sus dedos largos y finos de delicado cristal, su dulce respirar me envolvía en un aroma que hechizaba, sus labios tenían un sabor a fruta madura, era inteligente y sabia, activa, enérgica como roble que el viento no vence. En su diario despertar se asomaba por su balcón en busca de la caricia de sol de la mañana y allí estaba yo esperando el beso que depositaba en la palma de su mano para lanzarlo hacia mí con un soplo…, que me llenaba de gozo y reconfortaba mi espíritu lleno de pasión.
A los veintiún año, con la primera paga de mi trabajo obsequie a Pili, un espejo de plata y un peine dorado, para que pudiera alisar sus revoltosos rizos que despeinaba la brisa durante las noches en que juntos desde nuestra isla de ensueños contemplábamos la estrellas que se perseguían en el espacio, mientras susurrábamos sentimientos envueltos en espuma del río. En las noches de luna llena, nos mirábamos en el cauce que mostraba nuestras sombras en su profundidad, entonces desconocía que el agua y las sirenas mantienen mutuos secretos.
Recibí una carta donde Pili me decía: El pasado vivido contigo permanecerá en mí eternamente, te conocí y te ame y a tan bello recuerdo no se renuncia. Te ruego me olvides…. Recapacité, lo nuestro fue un bello intercambio de amor, más no era mi propiedad y en sus sentimientos ella mandaba. Ironías del destino que el hombre que amaba en sinceridad era rechazado de manera tan cruel.
En mi preocupación fui paseando hasta la orilla del río Túria, en ese momento tenia un aspecto fantasmagórico por una extraña luz cegadora que surgía del fondo. Continué el camino. Me dolía todo y nada, escuche un rumor lejano que me decía: “lucha, siempre lucha, lucha, nada grandioso se obtiene sin esfuerzo y sin entusiasmo”, otra voz me aconsejaba. “olvídala, es un ingrata cruel, que se ha burlado de ti y de tu amor sincero”
Era de noche y caminaba sin rumbo preocupado por mi desgracia, hasta que llegue al mar, en la orilla había una pequeña barca sin su dueño cercano, subí y reme para separarme de la costa, después me tumbé en la barca mirando al cielo que oscilaba al ritmo de las olas. Fue una experiencia grandiosa, remaba, y me balanceaba mirando el firmamento vigilando la luna que descendía a bañarse al mar. Dormitaba en el fondo de la barca y me sobresalté al escuchar un fuerte chapoteo y risas de mujeres, levante la cabeza y descubrí en la proa unas sombras, no percibí sus caras, solo su contorno, eran seis figuras que alisaban con las manos sus largos cabellos que brillaban con reflejos dorados. Solo una llevaba un peine dorado y un espejo plateado, era Pili. Desconcertado quede observando, al poco empezaron a cantar una bella canción de amor entonada con encantamiento que hipnotizaba, me incorporé despacio y quede sugestionado por la situación que admiré en silencio, la luna surgió de entra las nubes y quede asombrado por el fulgor de sus bellos rostros. De pronto una e ellas fijo su mirada su mirada en mi, dio un grito e interrumpieron su canto sumergiéndose en las aguas, al rato salieron a la superficie saludaron con las mano se escucharon risas y desparecieron. Deduje que Pili…! era una ninfa!, cuando me acerque a ella, temerosa se alejo, decidí seguirla a nado, era más rápida y ágil que yo, agotado quede paralizado en el mar, me podia sostener pero no avanzar ni a tierra ni a mi alejada barca, alrededor de mi empezaron a surgir varias ninfas, a veces me rozaban, cantaban una canción triste de un hombre que se lanzó al mar persiguiendo una ilusión de amor y se ahogo, empecé a chapotear para llegar a la costa más era inútil, ahora las olas enviaban mi cuerpo a todas partes sin que pudiera evitarlo. De pronto se hizo la oscuridad dentro de mí. Supe después que me encontró un pescador en Cullera, en la desembocadura del Júcar que allí se llama Xuquer, el río me había protegido.
Cuando desperté mi madre estaba a mi lado, pregunte por Pili, mi madre explicó eran delirios ocasionados por el golpe en la cabeza, comentó que las historias de ninfas que aturden a los marineros, eran leyendas sin fundamento y que no había tenido ninguna amiga llamada Pilar. La miré desconcertado, cuando llegó el doctor solo dije que había salido a pescar y las olas habían volcado la barca. Si hubiera dicho la verdad quizás me hubiera dado un tratamiento para mi presunto trastorno mental.
Estaba en el lecho del sanatorio, una muchacha, entró a la habitación y controlaba los aparatos a los que estaba conectado mientras anotaba, era rubia con el pelo largo llevaba en la bata blanca un bordado “Pilar García. Enfermera”, sabía que las ninfas podían manifestarse de diferentes maneras, más aquello era inesperado. Cuando le dije “tu eres la ninfa de la que yo estoy enamorado”. Sonrió y salió de la habitación.
A los seis meses nos casamos, sometidos al rito especial y extraño de sumergirnos abrazados en las aguas de un lago lleno de perfumados nenúfares, me sentí atrapado en su cuerpo que como lianas de magnolios me sujetaban hasta lograr la sensación de que ella formaba parte de mí. Sentí la dicha del ser humano cuando ama, y se sabe correspondido en su amar procurando cada uno la felicidad al otro.
Me sentí zarandeado, por una señora que me gritaba: ya ha llegado…, reaccione y active mi despertar, la mujer comentó: “que poca vergüenza su mujer dando a luz y el dormido como un tronco”, era una sanitaria que me entregaba un envoltorio donde una cosa pequeña se removía con los ojos cerrados…, era mi hija. Estaba muy nervioso, pensando si mi niña era humana o tenía alguna influencia genética de los antecesores de su madre y nacía sirena o ninfa. Así que para salir de dudas abrí las sabanas que la cubrían y aprecie con alegría que sus piernas terminaban en lindos pies con dedos separados de niña y no con membranas nadadoras, ni aletas de sirena, fue entonces cuando excitado exclamé: ¡un hada, un hada maravillosa! Los que me escuchaban consideraron mi exclamación como indicio de pasión de padre.
Entro el médico y preguntó: ¿Qué tal se encuentra hoy el enfermo? Bien dije con tenue voz. Añadió mi madre: estoy preocupada porque no deja de delirar. El médico escribió algo y al poco tiempo la enfermera Pilar, entró con una jeringuilla, no me explicaron lo que era, en la ampolla leí algo así como “hipnosedol”, como no estábamos solos murmure a su oído,… ¡Te espero donde cada noche a las doce! “
Pilar me respondió con una mueca de complicidad, yo me quede dormido dichoso, dispuesto a soñar. Cuando algo no se alcanza, vivir en tus sueños los deseos como si fuera realidad es un consuelo que proporciona felicidad.
Florián
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