11 septiembre 2010

En los siglos XV y XVI, se utilizó LA REFORMA, para beneficiarse de las riquezas ajenas.


La explosión de la Reforma, había llegado a ser irresistible, era necesario romper la vieja armadura de la Iglesia y formar una nueva. La forma de los religiosos debía acomodarse a la mentalidad del mundo burgués, también debía prestarse a los métodos científicos recientes, introducidos por los humanistas, y no descuidar como lo había hecho hasta entonces las lenguas modernas emancipadas del latín, y se convertían a su vez en admirables interpretes del pensamiento, por último la revolución operada en el mundo de la inteligencia, había de producirse, paralelamente a la concepción en la practica de las leyes y favorecer, proporcionalmente la evolución religiosa. El derecho romano reemplazo al derecho germánico, a pesar de la oposición encarnizada de la Iglesia. En postsesión de la tercera parte del territorio y de los bienes muebles en la Europa occidental, el clero temía esa transformación, que colocaba las propiedades eclesiásticas bajo el examen y la critica de los legistas, y de eso modo preparaba la Reforma antes que se efectuara, desde el punto de vista religioso, pero no pudo evitarlo. Los monarcas franceses, habían restringido el poder de los papas, y finalmente se sintió bastante fuerte, para reservar a la autoridad civil el nombramiento de los obispos, por el concordato de 1516, la “hija primogénita de la Iglesia” imponía condiciones durísimas a “su madre”, pero este no tuvo más remedio que someterse a ellas.
También fue herido el poder de la Iglesia, cuando el duelo judiciario o “juicio de Dios” cayo en desuso y fue reemplazado por la apelación de la jurisdicción. Los hombres de Ley, vencedores de los clérigos, lograron suprimir la legalidad del duelo, pero es bien cierto y no menos injustos, no lograron inspirar más confianza en su juicio que el de la casualidad, puesto a que los hombres la practica de los “lances de honor”, supervivencia de la más remota Edad Media, se conservaba de la manera más grotesca. El nuevo equilibrio religioso de Europa, necesitado de los conocimientos e ideas, las lenguas y las leyes, se halló también determinado por el cambió de la distribución de las riquezas, preludio de las revoluciones, económicas realizadas en el mundo moderno, habían producido el enriquecimiento de la burguesía, intermediaria de la industria y del comercio, en detrimento de los barones y de los cultivadores de la tierra.
La economía del pobre no le permitia visitar la Iglesia, la que se esforzaba en vano de por llenar sus arcas con la venta de indulgencias, habíanse constituido sindicatos de mercaderes, para monopolizar la importación de objetos preciosos, y asegurarse los beneficios. Los poderosos banqueros habían monopolizado los productos de las minas del Tirol, de España y del Nuevo Mundo, tomaban reinos en prenda y por el manejo de fondos podrían provocar a voluntad la guerra o sostener la paz. Tal era el derroche que el lujo de determinados personajes podría en un banquete donde se derramaba el vino y el hidromiel causaba la muerte de cientos de aborígenes en el continente americano por sobreexplotación.
Menos ricos los príncipes y algunos soberanos, tenían ya tasada la materia imponible, habían cobrado tributos, exigidos servidumbres, reivindicando la mayor parte del parasitismo sobre toda manifestación de trabajo humano. Pensaron que confiscar o anexionar el dominio de la cámara eclesiástica de apropiarse de los tesoros de la Iglesia, como se había hecho tantas veces con los judíos. También el rey de Francia logro una Orden PARA QUE EL PAPA declarara heréticos a los Templarios, para condenarlos y conseguir una buena presa de unos supuestos tesoros que poseían.
La Reforma fue la primera gran victoria de esa clase burguesa que durante dos o tres siglos, habría de dominar con el triunfo de la Revolución Francesa, e iba a ayudar eficazmente a la distribución de las riquezas. Esa es una de las formas necesarias de la actividad de las revoluciones, pero no la única.
Fuente : Eliseo Reclús, El hombre y la Tierra, Tomo 4 pag 352 a 356. Editorial Maucci 1903-

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