07 septiembre 2010

UNA NACIÓN AMORDAZADA POR LA DICTADURA MILITAR PARTE DECIMO PRIMERA , Primo de Ribera en España, bajo el reinado de Alfonso XIII.






Texto original de la brillante proclama de Vicente Blasco Ibáñez. .

Si Alfonso XIII hubiera querido cortar la sublevación militar de Cataluña, podía haberlo hecho dirigiendo un simple telegrama al coronel de la Guardia Civil de Barcelona. Con ir éste en busca del Capitán General, agarrarlo de una oreja y llevarlo a la cárcel, hubiese terminado la insurrección, sin ningún otro incidente.

La sublevación militar de Primo de Rivera, lo mismo en Barcelona que en Madrid y otras poblaciones, fue una sublevación puramente de oficiales. Estos hablaron y amenazaron en nombre del ejército, pero el ejército permaneció encerrado en los cuarteles. Los soviets de oficiales muestran cierto miedo a sacar los soldados a la calle. Temen lo que puedan hacer al verse en la vía pública bajo el mando de jefes insubordinados que han suprimido las libertades de su país. Bien podría ocurrir que en vez de tirar contra el pueblo, tirasen contra los que tuviesen más cerca.

Pero el hecho es que Primo de Rivera realizó sin ningún obstáculo y de acuerdo con el rey, la sublevación militar de Cataluña. Es más: la realizó en medio del ruidoso entusiasmo de ciertas clases sociales.
Esto lo reconozco y me lo explico perfectamente. Miguelito, brillante hablador, algo retorcido y desleal en sus promesas, mostró entusiasmo aun cuando las palabras de dicho entusiasmo fueron muy vagas. Pero esto bastó para que los catalanistas ricos admirasen en él al sostenedor de la autonomía de su región. Además, los industriales y capitalistas más agresivos, al verse amenazados en su lucha con los obreros, lo aclamaron como un heroico paladín de la sociedad presente.

Todos estos elementos, al marchar él a Madrid, le saludaron en Barcelona como si fuese la aurora de un día glorioso. La gente inconsciente que al verse en una mala posición desea un cambio, sin pararse a determinar la forma de dicho cambio, vitoreó igualmente al vencedor sin combate.
Ya he dicho como la monarquía en cincuenta años ha desorientado a los españoles, envenenando su juicio. Existe en España un rebaño considerable que acepta las ideas, siempre que sean simples y fáciles, aun cuando resulten absurdas. El trabajo de monarquía ha consistido en hacer creer al país que todo lo malo que ocurre es por culpa de los políticos y, si de vez en cuando, hay algo bueno, esto no es obra de dichos políticos, sino del rey. El pobre monarca es un dechado de bondad; el haría toda clase de cosas buenas en favor de su pueblo, pero no le dejan los pícaros políticos que viven en torno de él. Y los pobres políticos, que no han sido más que unos domésticos de la monarquía, se ven atribuir toda clase de vicios y crímenes.
El vulgo español educado por los reyes tiene un apelativo fácil que aplica a todos su gobernantes:
-¡Ladrones! ¡Todos ladrones!
Y Miguelito, barbero locuaz con faja de general, que tiene una mentalidad poco más o menos como la del vulgo, encontró fácilmente el programa revolucionario para entusiasmar a la masa imbécil.
"El rey es un gran hombre; casi tan grande y tan puro como yo. Todos los políticos que han gobernado hasta ahora son un atajo de ladrones. Yo los desenmascararé y los meteré en la cárcel."
Y después de esta solemne promesa, el hombre providencial regenerador de la monarquía, emprendió el camino de Madrid para purificar España.

EL FRACASO DEL DIRECTORIO

El primer acto de Primo de Rivera fue lanzar una manifiesto en el que incitaba a todos los españoles a que ejerciesen la delación, prometiéndoles una impunidad absoluta. Su ideal fue volver España al tiempo de las acusaciones sin prueba, de los autos de fe, ejerciendo de Gran Inquisidor.Todos podían llevarle delaciones con la certeza de que el guardaría un secreto absoluto sobre su origen. Afortunadamente para la honra de España, muy pocos respondieron a este manifiesto desmoralizador e infame.

Como había iniciado su revolución al grito de ¡Abajo los políticos ladrones!, necesitó probar que todos sus antecesores en el gobierno habían hecho escandalosos robos, pero hasta la fecha, después de trece meses de dictadura, todavía no ha podido probar nada.

El personaje civil, objeto de sus odios y persecuciones, fue el señor Alba.Este ministro de la monarquía, relativamente joven y de convicciones liberales, resultó una especie de "bestia negra" para Primo de Rivera y sus acólitos del Directorio. Se explica esto por el hecho de que durante sus períodos de gobernante, el señor Alba intentó establecer un impuesto sobre las utilidades de los aprovechadores de la guerra; decretó que la enseñanza católica no debía ser obligatoria en las escuelas, respetándose las creencias de los niños cuyas familias no profesasen la religión oficial, e impuso por primera vez el pago de tributos a las órdenes religiosas, igualándolas con las asociaciones civiles. Esto bastó para que las gentes de la derecha, sostenedoras del Directorio, le mirasen como un demagogo digno de sus ataques y calumnias.

Además, el rey odia a Alba porque siendo ministro se atrevió a discutir con él, cuando pretendía salirse de sus atribuciones de monarca constitucional. Por otra parte, dicho ministro osó realizar por cuenta propia el rescate de los prisioneros en el Riff, rescate que no hubiesen conseguido nunca los generales, y poco antes del golpe de estado hizo relevar a algunos de estos por ineptitud o desobediencia.

Los pretorianos del Directorio en el momento de su triunfo habrían asesinado al señor Alba, de permanecer éste en San Sebastián al lado del rey. No ignoraba Alfonso XIII tales propósitos y, sin embargo, no dio ningún aviso a su ministro. Este, afortunadamente para él, pasó la frontera y se refugió en Francia. Dejándose matar habría perdido no sólo la vida, sino también la honra, cayendo envuelto en las acusaciones de latrocinio que el verboso Primo de Rivera distribuye con su inagotable generosidad de charlatán. Nombró éste, nada menos, que a un ayudante suyo juez especial en el proceso formado por el Directorio al señor Alba. Todos los papeles particulares de dicho ministro, hasta los más íntimos, cayeron en poder de los militares vencedores y, sin embargo, no ha podido probársele hasta la fecha un solo hecho delictuoso. Primo de Rivera, creyendo en la torpeza de su ayudante, designó a un juez civil, un juez de carrera, hijo de un antiguo criado de su familia. El nombramiento no podía ser más parcial e interesado. Y sin embargo, este juez doméstico se ha visto obligado a absolver a Alba después de ocho meses de una rebusca arbitraria y de amenazar a los testigos para que dijesen cosas contrarias a la verdad.

Igual fracaso ha sufrido la tiranía militarista al buscar pruebas de sus afirmaciones calumniosas procesando a otros hombres políticos. Los terribles ladrones, cuya impunidad justificaba, según algunos, la sublevación de Primo de Rivera, no han aparecido por ninguna PARTE. El Directorio hizo una revolución contra la inmoralidad y resultó, desde los primeros días de su triunfo, que la inmoralidad llegaba con él. Todos conocen uno de los primeros actos del dictador Primo de Rivera, eterno tertuliano de las casas de juego y de las casa de ventanas cerradas donde se expende el amor fácil.

Comentario: La hipocresía es un factor constante, entre politicos dictatoriales y religiosos libertinos.

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