13 enero 2010

EL ORIGEN DE LA RELIGIÓN EN LOS PUEBLOS.



El hombre, el pueblo, no puede admitir la mínima vacilación respecto a la casualidad de todos do lo que impresiona sus sentidos: exige una respuesta a los problemas que se le ponen delante; pero no teniendo aún ciencia positiva, para comprender el universo ha de contentarse con alucinaciones de su vista, con sueños inciertos de su pensamiento, con interpretaciones que le dan su miedo o su deseo: no sabe pero cree, y se sentiría irritado si se expusiera la menor duda sobre el objeto de su fe, de la que participan con la misma seguridad los amigos y compañeros del clan, todos los que se encuentran bajo la acción de un medio idéntico. Este conjunto de creencias ilusorias y de esperanzas quiméricas, esas leyendas incoherentes sobre el mundo visible e invisible, esas narraciones primitivas que la tradición recoge y que el poder de la herencia transforma en dogmas absolutos, es lo que se llama la “religión”.

Por odio a determinado culto dominante, cuyos poderosos interpretes querían imponer sus practicas aun a los no creyentes, ciertos escritores han creído que podrían afirmar que algunas poblaciones viviendo sin religión, carecían por completo de la idea de un más allá; que, sencillamente ocupadas por los intereses inmediatos de su vida diaria, se limitaban a buscar su bienestar material sin preguntarse las causa de los fenómenos que le rodeaban, sin cuidarse de su origen en el mundo desconocido. Aseguran que existen pueblos esencialmente irreligiosos: tales son los Ta-Ola u “Hombres de los Bosques” que se han descubierto en las profundidades silvestres de Celebes.

Para dar cuerpo a esta afirmación, se cita el ejemplo de excavaciones practicadas en terrenos donde existieron poblaciones prehistóricas, donde no se ha hallado ningún objeto que pareciese haber servido para las ceremonias de un culto: en medio de tantos instrumentos, muchos de los cuales tuvieron un uso todavía inexplicable, no se ve ninguno que parezca haber sido empleado por los sacerdotes, para evocar los dioses beneficiosos o para conjurar los genios malos. Aunque el hecho fuera incontestable y las herencias legadas por nuestros antepasados no hubiesen contenido, ni fetiches, ni amuletos, ni varillas mágicas, no se estaría autorizado para deducir de ello que el hombre primitivo, simple maquina de funciones corporales, no hubiese sido solicitado por la curiosidad de lo desconocido. Ignorar la causa de un hecho y no obstante, suponerla por imaginación pura es un contrasentido natural de todos los hombres.

Los misioneros y otros viajeros cristianos que habían de tener una tendencia natural a considerar su propia religión como la única real: cuando la enunciación de sus creencias católicas o protestantes, eran acogidos con risas de burla, o con una admiración estupida, sacaban enseguida que sus interlocutores no eran seres religiosos.

Un origen de confusión proviene de la calificación de “ateas” que filósofos y teólogos han dado a las sectas, aún siendo profundamente religiosas, que no ponen en el Olimpo a un dueño supremo, un dios único, a la vez creador, conservador y destructor. Es cierto que hay tribus y poblaciones que, viviendo en un medio favorable de paz y bienestar, se han cuidado relativamente poco de los misterios de la vida y de la muerte y celosas de su libertad, no han dejado que sobre ellas se constituyera una casta de sacerdotes, pero no por eso dejaban de estar compuestas de “animales religiosos”, como todos sus otros congeniares humanos. Por esta definición dada al hombre…, se consideraba a los animales “hermanos menores” del hombre al que colocaban en la misma categoría del hermano mayor. Muchos filósofos entre ellos Comte esta dispuesto a admitirlo en cierta estrecha medida y Tito Vignoli, reconoce el mito en el animal lo mismo que en el hombre.

Las obras antiguas están llenas de historietas o relatos graves, mostrándonos la firme creencia de nuestros antepasados en la semejanza originaria de las concepciones entre todos los seres organizados. Los animales pasaban por iguales desde todos los puntos de vista, y podrían ser hasta nuestros superiores, ya que muchos de ellos fueron escogidos como objetos de culto: La serpiente de los Whydah o de los Vudu haitianos, el elefante en isla de Bali y los creyentes en Siva, la vaca sagrada para los Brahmanes, otros adoraban a toros alados, querubines, serafines, al bosque, al mar, al ciervo, corzo, al carabao, castores, osos, bisonte, foca, ballena…., todos animales que grupos de familias consideraban como antepasados. Hasta los cristianos en cuyo nombre niegan ciertos filósofos la religiosidad a estos animales a pesar que su nombre significa que tienen alma, han solido faltar a la lógica en su historia religiosa, puesto que algunas asambleas de la Iglesia afirmando la responsabilidad de tal cual animal lo condenaron a la hoguera, a la horca o al hacha. En realidad cada pueblo se inclina fácilmente a dotar a los seres vivientes de sus propias creencias. En la mitología de la Edad Media, haciéndose de los animales interpretes de la Virgen o Satanás, santos o demonios, les atribuían siempre el más seguro conocimiento de la “santa religión”

Del mismo modo los Peruanos, hijos de los Quichúas y de los Aymaras, que fueron ellos mismos adoradores del Sol, han conservado mucho de su antiguo culto para imaginarse que las llamas, sus animales de carga, no dejan nunca a la salida del astro, de volverse hacia el y saludarle con ligeros balidos. Demasiado tímidos para atreverse, a pesar de sacerdotes venidos de ultramar, a postergarse ante el orbe sublime que de repente abrillanta los montes, los Andinos admiten a su benigno compañero de viaje por suplente en esta obra religiosa.

En el fondo todas las religiones, por diferentes que parezcan, por hostiles que recíprocamente puedan ser, tiene orígenes análogos y se desarrollan siguiendo una marcha paralela. Cada ser humano arrastrado en el torbellino general de la vida y deseoso, no obstante de salvarse, de desarrollar su fuerza individual, busca un sostén en el mundo exterior para asegurarse cuando le asalten los temores, separar los peligros que le amenazan y realizar las aspiraciones que le trabajan.

Que sea el temor al sentimiento inicial, como dicen los libros sagrados y los clásicos, o que sea de una manera más amplia, el deseo de lo mejor, de la felicidad como lo demuestra Feuerbach (Das Weser der Religión), el hombre quiere unirse a todo lo que, fuera de el parece a su imaginación un medio de auxilio eficaz, y que la hace tal como el ardor de su pasión. Tal es ciertamente el principio original de la religión, siempre el mismo.

La creencia del individuo, del grupo, de la comunidad o de la nación toma enseguida el carácter especial que le imponen el medio geográfico primitivo y el medio histórico, secundario y complejo. Es un hecho de significación profunda que el nombre dado por los antiguos Germanos a su más alta divinidad, sea el de Oski oDeseo: dos mil años después la filosofía viene a atestiguar esta etimología reconociendo que el dios creado por el hombre es seguramente la personificación de sus aspiraciones. Lo que queremos, ha de concederlo una potencia ideal imaginada por nosotros: se crea para satisfacernos. El Hombre y la Tierra Tomo I, Eliseo Reclús, Pág. 271 a 276, Editorial Maucci Barcelona.

  • Decía Maria Zambrano filosofa, alumna de Ortega y Gasset: La pregunta proviene del caos, del vacío, de la desesperanza incluso. La actitud de preguntar supone la aparición de la conciencia, que es el despertar del hombre. Cuando la respuesta anterior, si la había, ya no satisface. La respuesta viene a ordenar el caos, hace al mundo transitable, amable incluso, más seguro.


Comentario:

En el comienzo de los tiempos el hombre se encontraba inmerso en un mundo de creencias en brujos y demonio: sagrado lleno de dioses, hasta que su conciencia enfrentada a dogmatismos interesados se ilumina y elige asumir con responsabilidad la verdad, evoluciona desde la posición de vasallaje cultural a la de persona, en un proceso doloroso donde tuvo que apartar los hilos de la trama que lo envuelven con imposiciones y cuando advierte el engaño en que estaba sumido, admite su error y reconoce que los dioses ya no son la respuesta adecuada. Le surgen preguntas sin respuestas, solo la Naturaleza nos recuerda la filosofía de la vida: Nacer, vivir, reproducirse y morir.

1 comentario:

haideé dijo...

Constructos mentales... pero hay tanta sabiduría en todo eso que el hombre entendió como inaprensible... de ello sabe bien Castaneda...

Y para aprovecharme más aún de ti, aquí te dejo, pero esta vez en el enlace del nombre de haideé, el otro blog... también es interesante :), lo es para mi, claro :) Por si te apetece investigar por allí ;)
Otro abrazo