EL CLAUSTRO DEL TEMPLO DEL SOL , Y LOS APOSENTOS DE LA LUNA Y ESTRELLAS, TRUENO Y RELÁMPAGO, Y ARCO DEL CIELO
En el interior del Templo del Sol, había un claustro de cuatro lienzos; uno era el lienzo del templo. Por todo lo alto del claustro había una cenefa de un tablón de oro de más de una vara en ancho, que servía de corona al claustro; en lugar de ella mandaron poner los españoles, en memoria de la pasada, otra cenefa blanca de yeso, del anchor de la de oro; yo la dejé viva en las paredes que estaban en pie y no se había derribado. Alrededor del claustro había cinco cuadras o aposentos grandes, cuadrados cada uno de por sí, no trabado con otros, cubiertos en forma de pirámide, de los cuales se hacía los otros tres lienzos del claustro.
Una cuadra de aquéllas estaba dedicada para aposento de la Luna, mujer del Sol, y era la que estaba más cerca de la capilla mayor del templo; toda ella y sus puertas estaban aforradas con tablones de plata, porque por el color blanco viesen que era aposento de la Luna; tenían puesta su imagen y retrato como al Sol, hecho y pintado un rostro de mujer en un tablón de plata. Entraban en aquel aposento a visitar la Luna y a encomendarse a ella, porque la tenían por hermana y mujer del Sol, y madre de los Incas y de toda su generación; y así la llamaban Mamacullia, que es Madre Luna: no le ofrecían sacrificios como el Sol.
A una mano y a la otra de la figura de la Luna estaban los cuerpos de las reinas difuntas, puestas por su orden y antigüedad. Mama Oclla, madre de Huayna Cápac, estaba delante de la Luna, rostro a rostro con ella, y aventajada de las demás por haber sido madre de tal hijo.
Otro aposento de aquellos, el más cercano a la Luna, estaba dedicado al lucero Venus, y a las Siete Cabrillas, y a todas las demás estrellas en común.
A la estrella Venus llamaban Chasca, que quiere decir de cabellos largos y crespos; la honrában porque decían que era paje del Sol, que andaba más cerca dél, unas veces delante, y otras veces en pos. A las Siete Cabrillas respetaban por la extrañeza de su apostura y conformidad de su tamaño.
Las estrellas tenían por criadas de la Luna, y así les dieron el aposento cerca del de su señora, porque estuviesen más a mano para su servicio, porque decían que las estrellas andan en el cielo con la Luna como criadas suyas, y no con el Sol, porque las ven de noche, y no de día.
Este aposento estaba tapizado de plata también como el de la Luna, y la portada era de plata; tenia todo lo alto del techo sembrado de estrellas grandes y chicas, a semejanza del cielo estrellado. El otro aposento junto al de las estrellas era dedicado al relámpago, trueno y rayo: estas tres cosas nombraban y comprendían debajo de este nombre Illapa, y con el verbo que le juntaban distinguían las significaciones del nombre, que diciendo viste la Illapa, entendían por el relámpago; si decían oíste la Illapa, entendían por el trueno, y cuando decían la Illapa cayó en tal parte, o hizo tal daño, entendían por el rayo.
No los adoraron por dioses, mas de respetarlos por criados del Sol. Lo mismo sintieron de los que la gentilidad antigua sintió del rayo, que la tuvo por instrumento y armas de su dios Júpiter. Por lo cual los Incas dieron aposento al relámpago, trueno y rayo en la casa del Sol como a criados suyos, y estaba todo él guarnecido de oro. No dieron estatua ni pintura al trueno, relámpago y rayo, porque no pudiendo retratarlos al natural (que siempre lo procuraban de imágenes), los respetaban con el nombre de Illapa, cuya trina significación no han alcanzado hasta ahora los historiadores españoles, que ellos hubieran hecho dél un dios trino y uno, dándoselo a los indios, asemejando su idolatría a nuestra santa religión; que en otras cosas de menos apariencia y color han hecho trinidades, componiendo nuevos nombres en el lenguaje, no habiéndolas imaginado los indios. Yo escribo, como otras veces he dicho, lo que mamé en la leche y vi y oí a mis mayores; y a acerca del trueno queda atrás dicho lo que más tuvieron.
Otro aposento (que era el cuarto) dedicaron al arco del cielo; porque alcanzaron que procedía del Sol, y por ende lo tomaron los reyes Incas por divisa y blasón, porque se jactaban descender del Sol. Este aposento estaba todo guarnecido de oro. En un lienzo dél sobre las planchas de oro tenían pintado muy al natural el arco del cielo, tan grande que tomaba de una pared a otra con todos sus colores al vivo; llamaban al arco Chuycu, y con tenerle en esta veneración, cuando le veían en el aire cerraban la boca y ponían la mano delante, porque decían que si le descubrían los dientes los gastaba y empodrecía. Esta simplicidad tenían entre otras sin dar razón para ello.
El quinto y último aposento estaba dedicado para el sumo sacerdote y para los demás sacerdotes que asistían al servicio del templo, que todos habían de ser Incas de la sangre real. Éstos tenían aquel aposento, no para dormir ni comer en él, sino que era sala de audiencia para ordenar los sacrificios que se habían de hacer, y para todo lo demás que conviniese al servicio del templo. Estaba este aposento también, como los demás, guarnecido con oro de alto abajo.
Fuente: Inca Garcilaso de la Vega, Crónicas de un imperio
No hay comentarios:
Publicar un comentario