En el verano de 1792, unos trabajadores que bajo el tórrido sol de la ciudad de México, realizaban unas obras municipales en la Plaza Mayor , se vieron sorprendidos por una roca descomunal, quedaron perplejos ante su tamaño y estudiaban como podrían resolver aquel inconveniente que les impedía continuar con su trabajo, uno de ellos advirtió que tenia unas talla decorativas, por lo que procedieron a descubrirla por completo, se aviso a las autoridades y llegaron de inmediato, aquel monumento imponente era la diosa madre del panteón azteca Coatlicue, “la de la falda de las serpientes”. Sorprendente por sus grandes dimensiones de dos metros y medio de altura (8,5 pies) y un peso que para moverlo precisaría sesenta hombres fuertes.
De porque estaba enterrada, se deduce porque los evangelizadores, cuando llegaron a tierra de conquista, eliminaban los símbolos de las religiones extrañas, porque en su disposición de enseñar su nueva religión aquellas estatuas de los que consideraban los conquistadores “ídolos” interfería en su labor.
El virrey Revillagigedo, dispuso se enviara de inmediato que fuera llevada a la Universidad Pontifica de la ciudad de México, donde existían unas copias de escayola. Allí estuvo unos meses hasta que los religiosos católicos, dispusieron volviera a enterrarse en el mismo sitio, porque era una afrenta la exposición de una estatua exenta de belleza y porque su presencia podría exaltar los ánimos al recordarle sus antiguas creencias. El erudito Antonio de León y Gama, tuvo tiempo de tomar nota de las características de la diosa, que no llegaron a Roma hasta 1804. Solo volvieron a desenterrarla cuando el sabio Alejandro de Humboldt, en su estancia en México pidió examinarla, se le concedió, más fue enterrada de nuevo rápidamente.
Solamente se libró la estatua de la soledad de su enterramiento, tras la Independencia de México. Su aspecto terrorífico impresionante, se la consideraba como objeto de curiosidad y de interés científico, hoy preside un espacio central en el Museo Nacional de Antropología dedicada a la cultura azteca. Esta decisión muestra la secularización social de la modernidad.
Se la distingue por su tamaño por su denominación “la Coatlicue Mayor “ ha sido considerada como monstruosa, obra maestra, diosa o demonio, está diferencia de calificación llega a su extremo mediante el juicio de un fraile y de un sacerdote azteca, basados en una interpretación dogmática que orienta a la repoblación o aceptación, aunque ambos están de acuerdo en algo transcendental “se trata de una estatua con contenido sobrenatural”. Hoy llega a nosotros como una historia de una religión, de una estatua con forma humanoide, con símbolos aterradores que en el Templo de Tenochtitlán se frotaba con sangre de victimas y se sahumaban con incienso. Estatua grandiosa que impresiona, seduce y horroriza. El visitante juzga con respeto bajo una sumisión psíquica, seducido por la atracción de que contiene algo que no vemos más si percibimos…, religioso, mágico y transcendental.
Es arte, más no se esculpió para que fuera arte, sino como simbología de lo sobrenatural, de significados perceptibles por los creyentes en su poder, conserva misterios teológicos e históricos. Estas obras antiguas son también de gran reconocimiento actual , puesto que el arte sobrevive a las sociedades que lo crean, por lo que mantienen por siempre sus mensajes y su valor, en este caso recuperado de las imposiciones castellanas, que hoy sirven para mostrar la grandiosidad de una cultura de la que sus hijos aztecas, pueden sentirse orgullosos tras la difusión de aquello que estaba malignamente oculto.
FLORIÁN
No hay comentarios:
Publicar un comentario